Capítulo 35
Fotografía realizada por Aquiles Torres
La confesión de
Michelle fue tan franca y directa que desconcertó a Valentino. Durante unos
segundos éste se quedó en vilo, con cara de ajedrecista en actitud de espera,
pensando si debía seguir adelante o no. Estaba consciente que la muchacha era
una mujer especial a la que le había tomado cariño y a la que no quería joderle
la vida. Pensó que si Michelle quería algo más que satisfacer una necesidad
sexual con él, no debía engañarla y dejar claras las reglas del delicioso juego
que estaban empezando a jugar. Decidió ser franco y confesarle que, por lo
menos por ahora, no podría corresponderle con amor, porque íntimamente sabía
que todavía no estaba lo suficientemente descontaminado de su anterior relación
emocional profunda. Sentía que aún quedaban dentro de él vestigios de ese
último naufragio sentimental que había sido doloroso. Aunque para él no era un problema
acostarse con una mujer simplemente por sexo, como acostumbraba hacerlo con
alguna de sus amigas con las que solía pasar algunos fines de semana, cuando detectaba
que alguna deseaba algo más profundo prefería aclararlo, porque nunca le había
gustado causar daños emocionales a ninguna de su amigas especiales.
En este caso con
mayor razón quería ser formal porque se daba cuenta que, al parecer, en
Michelle estaban naciendo pequeños brotes de sentimientos que podían quedar sin
control para la bella mexicana y él no quería que ella sufriera por su culpa. También
pensaba que en el futuro quizás podría llegar a sentir lo mismo que ella, pero
por ahora prefería evitar que aquello creciera antes de tiempo porque,
simplemente, estaba seguro que todavía no era capaz de entregar el corazón. No
porque él no quisiera, sino porque una burbuja de emociones de esa última
relación de amor aún seguía palpitando en su cerebro. Incluso en alguna ocasión
había llegado a pensar que, probablemente, le quedaba aún un largo período de
tiempo para erradicar de sus días y de sus noches, de sus vigilias y de sus
sueños, la imagen de aquella mujer que todavía, aunque cada vez más
desdibujada, se le aparecía como un fantasma del pasado.
Aquella ligazón había
durado sólo unos meses, pero cuando esa mujer irrumpió en su vida lo hizo con
tanta fuerza que lo llenó de una luz
que casi lo enceguece. Entonces, incluso, llegó a imaginarse que podía ser la
compañera ideal para recorrer juntos el resto de sus vidas. Pero había sido una
percepción errónea. Algo había salido mal, y en poco tiempo la transparente copa
de cristal se rompió en mil pedazos. Aunque él estaba seguro de no haber sido el causante principal de esa
ruptura envenenada, igual había quedado tan maltrecho que prefería no detenerse
a analizarlo. Creía que ya no valía la pena. Por esta misma razón ni siquiera
se lo había comentado a sus mejores amigos. Para no volver a abrir la herida
que aún dolía, tampoco había querido releer los cientos de mensajes
electrónicos en que ambos se habían hecho mil promesas y se habían gritado sus
sentimientos más profundos, ni había vuelto a mirar las decenas de fotografías donde
aparecían juntos, aparentemente felices. Sin embargo, lo que no podía era
arrancar de cuajo el recuerdo de aquellos besos y de aquellos abrazos a la luz
de la luna junto al mar, que lo habían llevado hasta el séptimo cielo. Y cuando
esto sucedía, aunque cada vez menos, la cicatriz volvía a latir. Estaba claro
que, por lo menos por parte de él, había sido una relación amorosa en la que había
entregado casi todo lo que podía entregar en ese momento. Pero las
circunstancias y, probablemente, el señor Destino habían metido la cola, y lo
que al principio él pensaba que era un amor correspondido, poco a poco se
transformó en una ventolera de desencuentros, luego en un huracán de puntos de
vista distintos, hasta terminar todo transformado en una ristra de promesas
rotas.
No obstante reconocía
que también había jugado en su contra el factor distancia, sabía que había sido
una variable que no había tenido un peso importante. Ahora, con el paso del
tiempo, se daba cuenta que quizás había
idealizado más de la cuenta a aquella mujer. Poco a poco comprobaba que el
tiempo le iba dando la razón. Venían a su memoria claves y actitudes equívocas
que en su momento, obnubilado por sus sentimientos, no supo descodificar. Sin
embargo, al ir juntando ahora las piezas del rompecabezas, descubría que ella
no era quien él se imaginó que era. Además, como no se habían vuelto a ver, ni a
escribir, ni a hablar por teléfono, ni le había preguntado a nadie por ella, difícilmente
lo que ahora era un páramo estéril podría volver a ser un paraíso. Por todo
esto Valentino sabía que era una cuestión de
tiempo para que el desencanto fuera completo, y ese nombre y ese rostro finalmente
se quedaran arrumbados en el baúl de los recuerdos, como ya le había sucedido
un par de veces antes con otras relaciones en las que había entregado el
corazón sin pedir nada a cambio.
En una ocasión en que
el señor Destino, quien había sido el causante
que se unieran las dos puntas de sus caminos, le preguntó: “¿Por qué no
inviertes uno de los comodines mágicos que te di y lo arreglas todo?”,
Valentino le respondió: “No vale la pena; sería como disimular con maquillaje
la realidad. Prefiero vivir en paz antes que volver a lidiar con personas que
creen que siempre tienen la razón y que han hecho de la egolatría su altar.
Sabes mejor que yo que los humanos, a nuestra edad, ya no cambiamos; sólo
fingimos que lo hacemos. Esos comodines que me regalaste sí que los usaré, pero
para ayudar a otras personas que los necesiten más que yo”.
Cuando volvió de su corto
viaje interior, Valentino aclaró:
- Querida
Michelle, quiero que sepas que por ahora sólo te puedo dar cariño y sexo, pero
no amor.
Al oírlo ella se
incorporó en la cama y mirándolo a los ojos le espetó:
- Amigo,
no te preocupes, no soy tan niña como te imaginas. Te entiendo. Me pongo en tu
lugar. Estoy de acuerdo en que por ahora intercambiemos solamente ternura y sexo.
Es verdad que estoy comenzando a sentir algo más que cariño por ti, pero
también te deseo y necesito tus mimos y tus caricias. Dejemos que el
tiempo decida como continuará esto
¿Te parece?
- Me
parece – contestó Valentino un tanto turbado, y volvió a abrazarla.
Libres de remordimientos,
se entrelazaron con fuerza, como los troncos de las enredaderas viejas. A
continuación comenzaron a restregarse cual serpientes de fuego. Valentino,
sigilosamente, sin prisa, con un compás de movimientos melodiosos, la empezó a acariciar con la yema de sus dedos y a lamerla,
como si se la fuera a tragar. Primero fueron los lóbulos de las orejas y el
cuello. A continuación deslizó sus labios y su lengua hacia los pechos de la
muchacha quien, a medida que sentía el calor de la boca de Valentino sobre su piel,
se retorcía, gemía y se quejaba con sordina. Mientras continuaba recorriendo
con sus besos el sinuoso territorio del cuerpo de Michelle, lleno de curvas, de
pendientes, de praderas, y de volcanes a punto de estallar, Valentino le musitaba:
“Sólo quiero que seas feliz, pequeña, sólo quiero que seas feliz”. Sin detener el
ritmo de su marcha, pasó por sus caderas y por su vientre hasta llegar a la
hondonada de su pubis. “Más… más, no te detengas, continúa”, le pedía Michelle con
una voz ahogada por el deseo que ya se había desbocado e inundaba la atmósfera
de la habitación. Al final del recorrido, cuando Valentino comenzó a penetrar
en el cuerpo de la mujer, Michelle sintió que un cinturón de placer dividía su
cuerpo en dos y se percató que “la petite mort” estaba cerca. Cuando comenzaron
a ser un solo cuerpo, ambos, con el corazón latiéndoles de forma acelerada, se
buscaron los ojos hasta quedar como en trance, penetrándose también con sus
miradas hasta llegar a la cima de la euforia carnal. Después, los dos, todavía
temblando, como mariposas de hielo se derritieron de placer.
Después de hacer sexo
Michelle y Valentino permanecieron desnudos encima del lecho, en ese período de
tiempo en que se permanece en el limbo, todavía ingrávidos, saboreando los deliciosos
estímulos que habían experimentado, cuando golpearon la puerta del dormitorio.
Ambos dieron un brinco de sorpresa. Michelle interrogó:
-
¿Esperabas a otra?
- ¡Qué
tonterías dices! ¡No!...No entiendo cómo alguien pudo haber entrado en casa.
Aparte de la chica de la limpieza, a quien hoy no le toca venir, nadie tiene
llave.
Pero nuevamente
golpearon la puerta. Esta vez con un ritmo de tambores africanos. Valentino se
irguió, se puso un pantalón de chándal que tenía en su galán de noche y abrió.
Eran la bella Muchosnombres y el señor Destino sonrientes como granadas maduras.
Apenas le vieron el rostro a Valentino, en medio de sonoras carcajadas,
empezaron a cantarle a dúo “Love is a many splendor thing”.
-
Bienvenidos…¿Qué hacéis aquí?
Y ambos, dejando de
cantar, le contestaron:
- ¡Oh Romeo…oh
Romeo! Aunque sabemos que acabas de hacer un viaje gozoso muy bien acompañado por
Julieta ¿No recuerdas que te habíamos invitado a hacer un viaje sorpresa?
http://www.youtube.com/watch?v=GnDtxiNwDS8