lunes, 26 de septiembre de 2011

Por ti volaré

Capítulo 24
Hotel "Brighton". Valparaíso. Chile.

     Busqué el CD donde estaba la canción “Amar y Vivir”. Lo puse en el reproductor e hice funcionar el aparato de música. Ella se acercó a mí y me abrazó.
- Gracias Valentino, eres muy especial – me dijo bajito.
- Tú también eres especial y, además, muy femenina – agregué yo.
- ¡Mmm! ¿Es un piropo?
- Es que lo eres de verdad.  ¿Por qué me has pedido esta canción?
- Porque era “nuestra canción” – me confesó.
- ¿Cuánto tiempo duró tu romance, Michelle?
- Casi un año.
- ¿Es mexicano, como tú?
- Es español – me contestó sonriendo con una mueca de tristeza.
- ¿Lo conociste aquí, en España?
- No, fue en un avión.
- ¿En un avión?... ¿Lo atendiste y surgió la chispa?
- No, fue en un vuelo en que no iba trabajando como tripulante. Viajaba como pasajera a Francia, por un asunto familiar grave.
- ¿Entonces cómo fue que coincidisteis?
- ¿Crees en el destino?
- Hombre…a veces creo y a veces no – dije sonriendo con sorna mientras recordaba al señor Destino que sabía habría metido la cola en la relación que Michelle me relataba. Y que de nuevo la estaría metiendo.
- Yo sí creo. En mi caso fue el destino quien nos puso frente a frente.
- ¿Frente a frente?
- Sí. Fue muy divertido. Te contaba que viajaba a Francia. Bien, al entrar al avión tropecé, tiré todo lo que llevaba en mis manos, me agaché a recoger mis cosas pero él llegó antes a mis bártulos que estaban tirados por el pasillo, los cogió y, mirándome a los ojos, me los entregó mientras me ayudaba a levantarme.
- ¿Y?
- Me dijo: “Creo que esto es tuyo”. Su mirada fue tan profunda que sentí que penetró dentro de mí y dio cien vueltas por mi cerebro. No sé cuánto duró ese instante pero a mí me pareció una eternidad. Me quedé obnubilada. En ese momento me sentí feliz sin saber bien porqué.
- ¿Y luego?
- Él viajaba en Clase Business, pero apenas el vuelo alcanzó la altura de crucero, vino a Clase Turista y me invitó a que nos cambiáramos a dos asientos libres que había en la última fila del avión.
- ¿Aceptaste?
- Claro que acepté. Y ni él ni yo volvimos a nuestros asientos. Hicimos juntos todo el vuelo, conversando de nuestras vidas, conociéndonos, riéndonos, mirándonos, deseándonos, desnudándonos con los ojos.
- ¡Uf!...Fue un flechazo con curare.
- Me contó que desde hacía un año trabajaba en Chile, como expatriado para una multinacional española. Que aunque hacía continuos viajes al extranjero, en Santiago su empresa tenía lo que denominó como el “headquarter” para Sudamérica y donde, además, él tenía lo que consideraba su casa. Me dijo que sería así hasta que le ordenaran cambiar de país, porque, según él, “estos cambios forman parte de lo que en las multinacionales llamamos desarrollo de carrera”. Me confesó que a él le gustaba este juego porque le permitiría llegar a lo más alto.
- ¿También viajaba a Francia?
- No. Él se quedó en Madrid donde había sido citado a varias  reuniones. Yo, en cambio, hice escala para seguir a París en un vuelo de Iberia. Cuando nos separamos en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas me pidió mi dirección electrónica y me preguntó si podía ir a verme a París. Riendo, yo le contesté “évidemment”. Aunque por supuesto no lo tomé en serio. Sin embargo, nada más llegar a Francia tenía cinco e-mails de él con fotografías de flores.
- Michelle, eso significa que le gustaste de verdad. ¿Y fue a verte a Francia?
- Sí, cumplió su palabra. A los tres días llegó a París. Me invitó a cenar a un restaurante muy romántico llamado “Le Coupe-Chou”, que está escondido en medio de las hermosas calles del Barrio Latino.
- Conozco ese restaurante, está cerca del Pantheón. Sirven unos postres formidables. ¿Fue una cena agradable?
- Tan agradable como este encuentro que esta noche estoy viviendo contigo. ¿Sabes que te pareces un poco a él?
- ¿Sí?
- Pero él es más serio, más introvertido, más tímido. Creo que le da demasiada importancia a su trabajo. En cambio me parece que tú eres mucho más abierto. Tú sonríes más. Por lo que he visto te gusta comunicarte con todo el mundo. Sabes mezclar el trabajo con el juego de la vida. Dicen que eso es un don.
- ¿Y luego de la cena?
- Luego me invitó a su hotel y terminamos desayunando juntos.
Él se regresó a España a mediodía, pero antes acordamos volver a vernos en Santiago de Chile a nuestro regreso.
- ¿Y os visteis?
- Sí. Vinieron varios meses de gloria que no los olvidaré en mi vida. Aunque yo vivo en forma independiente, cada vez que coincidíamos en Chile me iba a vivir a su departamento. Íbamos al cine; a los museos; cocinábamos comida mexicana y española; platicábamos; oíamos música; alquilábamos películas para verlas por televisión; sin hablar, tomados de la mano, nos sentábamos en la terraza a mirar la cordillera nevada; nos besábamos; hacíamos el amor mientras la luna nos iluminaba. ¿Has hecho el amor mientras la luna te ilumina?
- Sí, y no lo he olvidado nunca. Es una experiencia maravillosa. Además en esa ocasión oíamos el ruido del mar que nos cantaba.
- ¡Ah, amigo!…tú también tienes tu historia. ¿Sigues con ella? 
- Ya no; me sucedió algo parecido a lo que te ocurrió a ti: la distancia nos separó.
- ¡La distancia es una mierrrda! Casi siempre uno de los dos no la resiste.
- En mi caso ella desató los nudos. ¿Y viajabais mucho? – le pregunté cada vez más interesado en su experiencia.
- Sí, pero siempre dentro de Chile. Cuando juntábamos días libres nos íbamos fuera de Santiago. Buscábamos algún sitio especial y jugábamos a imaginarnos que no existía nadie más que nosotros en el mundo. La verdad es que cuando estaba con él no necesitaba a nadie más.
- Ese guión lo conozco – dije asintiendo con la cabeza.
- ¿Sabes Valentino? Nunca voy a olvidar el primer lugar al que fuimos a pasar un fin de semana. Viajamos a Valparaíso. Fuimos al puerto, caminamos por la playa, visitamos “La Sebastiana”, una de las casas de Neruda. Y nos hospedamos en un pequeño hotel lleno de encanto que se llama “The Brighton”. Está emplazado en un cerro llamado Concepción, en el pasaje Atkinson. Por fuera está pintado de color amarillo. Tiene muy pocas habitaciones. La nuestra tenía un pequeño balcón desde donde podíamos ver todo el puerto y parte del litoral. Recuerdo que por la noche, cuando bajamos al comedor a tomarnos una copa, nos encontramos con la actuación de un conjunto musical y un cantante que tenía la voz muy parecida a Andrea Bocelli. Interpretó varias canciones. Me quedó grabada una porque fue como premonitoria. Además cuando en un pequeño grupo alguien canta, la intimidad crea una atmósfera protectora que te hace hasta olvidar el mundo exterior.
- ¿Cuál es esa canción?
- Se llama “Por ti volaré”.
- No la conozco – me excusé.

     Pero no había terminado de decir que no la conocía cuando se comenzó a oír el “Por ti volaré”. De inmediato me di cuenta de lo que sucedía y murmuré al aire: “Perdona Muchosnombres, me había olvidado que estás en todas partes”. Por suerte Michelle, al irrumpir su canción se emocionó tanto que no se dio cuenta que yo me estaba excusando con un ser que ella no podía ver. Si se hubiera percatado hubiera pensado que estaba loco. A continuación ambos, en un silencio sepulcral, comenzamos a sentir dolor al llenar la canción la estancia.
- Es una canción muy hermosa, pero triste – le comenté a Michelle.
- Es triste, pero a mí me hace volar. Pienso que a veces también él la oye y me recuerda.
- ¿Y por qué terminasteis?
- Quizás porque la felicidad no dura para siempre. A él lo trasladaron de país.
- ¿Muy lejos?
- Al otro lado del mundo; a Hong Kong.
- ¿Hace mucho que no tenéis contacto?
- Hace varios meses que no sé nada de él.
- ¿Qué fue lo último que supiste de él?
- Recibí un mensaje que, entre otras cosas, decía: “… los momentos pasados junto a ti jamás los olvidaré. Han sido inmensamente bellos y quiero que todo esto permanezca dentro de mi corazón y de mi alma por siempre…”.
- ¿Desde entonces nada?
- Desde entonces sólo silencio.



jueves, 8 de septiembre de 2011

Se vive solamente una vez

Capítulo 23
Calle Montera de Madrid el "Día del Orgullo Gay"

     Caminaba por Gran Vía cuando, justo enfrente de la tienda “Lefties”, por esas casualidades del destino, divisé a una de las chicas del grupo de azafatas de LAN que, el mismo día que lo hice yo acompañado de Muchosnombres, visitaron las excavaciones de Atapuerca. Creía que no volvería a ver nunca más a ninguna de ellas, porque en la visita a las excavaciones no pasamos de hacernos algunas señas desde lejos y sonreírnos. Ahora, una de ellas, una hermosa morena muy alta y parecida a María Félix, la María que inspiró a Agustín Lara a componer la canción “María Bonita”, estaba rodeada de un grupo de curiosos porque le acababan de hurtar su bolso. Me acerqué a ella para ofrecerle ayuda.


- ¡Hola!...me llamo Valentino ¿Te acuerdas que nos vimos desde lejos en la visita a Atapuerca?
- Sí te recuerdo; yo me llamo Michelle. Y ya ves en la que estoy metida.
- ¿Eres mexicana?
- Sí, lo soy.
     Por la manera de hablar me di cuenta que era mexicana. “De la tierra de la gran pintora Frida Kahlo”, pensé. Lo supe antes que ella me lo confirmara, porque los viajes de mi trabajo me han permitido reconocer las formas de hablar de casi todos los latinoamericanos.

     Cuando llegó la policía la invitaron a hacer la denuncia correspondiente y ella contestó que no la haría. Sin que nadie me lo pidiera yo le sugerí que la hiciera. Me quedó mirando y me preguntó:
- ¿Y qué saco? Ya he perdido mi bolso; ahora no quiero perder el tiempo.
- Tranquila Michelle. Por experiencia te digo que lo mejor es que hagas la denuncia. ¿Llevabas tarjetas de crédito, algún documento?  
- Sólo 50 euros, mi teléfono móvil, la llave magnética de la habitación del hotel, mi caja de maquillaje y una fotocopia de mi pasaporte.
- Bien, por suerte no llevabas tarjetas de crédito ni tu pasaporte. Toma mi teléfono, llama a tu hotel, explica lo que te ha sucedido y pide que anulen la clave de tu llave magnética. Así evitas que también te roben en tu habitación.
    
     Cuando colgó la vi tan desvalida que me ofrecí a acompañarla a la comisaría. Probablemente su desamparo hizo que aceptara mi ofrecimiento. Y juntos, ella, los policías y yo, nos fuimos a la comisaría que hay en la cercana calle Montera que, como siempre, estaba llena de gente. Mientras caminábamos me ratificó que era azafata de la línea aérea LAN. Y agregó que ahora tendría que volver caminando a su hotel porque le habían llevado todo el dinero.
- No te preocupes, yo te acompañaré al Eurobuilding – le ofrecí.
- ¿Y cómo sabes que me hospedo en el hotel Eurobuilding?
- Porque las tripulaciones de LAN lo hacen en ese hotel.
- Así es – me contestó y por fin sonrió.
- Deberías sonreír más porque tienes una hermosa sonrisa.
- Es que ésta no es precisamente una ocasión para sonreír - Me dijo.
Y ya mucho más dueña de sí, me obsequió con una pequeña carcajada después de exclamar “¡Vaya chingada que me han hecho!”.

     Al salir de la comisaría ya eran casi las siete de la tarde y Michelle estaba calmada y encantadora.
- ¿Aceptas que te invite a comer algo?
- Acepto, pero por razones de fuerza mayor tendrás que pagar tú – me dijo sonriendo.
- Encantado de hacerlo; si te invito es porque pagaré yo.

     Por lo divertido que es, le propuse ir de tapas al “Mercado de San Miguel”. Cuando llegamos, el local hervía de gente que hablaba en diferentes idiomas. Como es costumbre en España, casi todos hacían sus consumiciones de pie. A ella le fascinó el ambiente. Le expliqué que allí es costumbre ir de local en local para hacer degustaciones variadas de productos de gran calidad. Nos servimos raciones de pulpo a la gallega, ostras, jamón serrano de Trevélez, y bebimos cava catalán.

- Esto parece el carnaval de la alegría. Nunca había visto algo semejante en ningún otro país; me recuerda el cuadro "Baile en el Moulin de la Galette de Renoir me dijo Michelle entusiasmada mientras hacíamos el primer brindis “por conocernos”.
- A mí también me gusta Renoir. Y tienes razón, ese cuadro es como un himno a la alegría de vivir. Yo lo relaciono con la locución latina “carpe diem”. Es probable que la mayoría de los que estamos aquí tengamos conciencia de lo corta que es la vida y queremos exprimirla antes que se nos vaya.
- Estoy convencida que sólo se vive una vez y que cada vivencia no se repite nunca más – Agregó Michelle. Y haciendo una finta en el tono de su voz agregó – Ya ves lo que ha sucedido en la Isla Robinson Crusoe: capotó un avión con 21 personas idealistas que estaban llenas de amor por los demás y murieron todos. Gente joven y generosa que iba a ayudar a necesitados.
- ¡Qué fácil es morirse! ¿Verdad?
- Probablemente si hubieran despegado un minuto antes o un minuto después no hubiera ocurrido lo que sucedió – dijo con tristeza como imaginándose el momento terrible del impacto del avión CASA C - 212 contra el mar. Se detuvo un instante y continuó - Pero así es el destino.

     De inmediato yo pensé en el señor Destino pero ni por asomo me dio una señal. Mascullé una imprecación contra él y preferí no insistir. Luego le dije a Michelle:    
- Y tú que trabajas como tripulante ¿Tienes miedo a volar?
- Aunque los aviones en los que trabajo son muy seguros y los aeropuertos en los que despegan y aterrizan están dotados de los últimos adelantos técnicos, a veces he sentido miedo.

     Luego nos quedamos los dos en silencio, pero finalmente ella lo rompió.
- ¿Quién era esa chica tan hermosa y elegante que te acompañaba el día de la visita a las excavaciones de Atapuerca?
- Una buena amiga – contesté yo.
- ¿Una amiga con ventaja? – dijo con un gesto pícaro.
- Sí, pero no precisamente con las ventajas que tú te imaginas.
- ¡Jajajá!...Yo no me imagino nada – aclaró – sólo leo entrelíneas, como solemos hacerlo la mayoría de las mujeres inteligentes.
- Michelle, cuéntame algo de ti – Le pedí para cambiar de tema, ya que Muchosnombres es un tema tabú.
- Mi vida es muy sencilla: trabajo para pagarme mis estudios.
- ¿Qué estudias?
- Arquitectura.
- Es una bella profesión.
- Por eso la elegí.
- Entonces tienes suerte, porque los viajes que haces por tu trabajo te permiten la posibilidad de ver arquitectura diferente a la de tu país.
- Sí. Por ejemplo la sencillez de la estructura de hierro de este mercado me ha enamorado.
- ¿Y del amor humano qué? 
- ¡Oh el amor!...el que dicen que es el más hermoso de los sentimientos humanos, el que nos hace creer que somos infinitos e inmortales. Puede que sea así pero creo que también es el más egoísta y el que nos causa los mayores dolores emocionales.
- ¿Por qué lo dices? ¿Has tenido alguna desilusión alguna vez?
- Sí. Y ahora no sé si siento amor u odio por el causante de mi última desilusión. Sólo sé que me ha dejado malherida.
- Lo siento. En parte tienes razón…se dice, y parece que es verdad, que del amor al odio se pasa en pocos segundos.
- Y tampoco creo que es el sentimiento más generoso.
- ¿No?
- La amistad es el sentimiento más generoso. Por lo menos la verdadera amistad, porque se entrega sin pedir nada a cambio.
- Creo que el amor también.
- La mayoría de los amores son intolerantes, posesivos y llenos de celos.
- ¿Te enamoras con facilidad?
- La verdad es que no. Enamorarse no es tan fácil como algunas personas creen – dijo ruborizándose.
- ¡Mmmmmmm! ¿Por qué te has puesto roja?
- Porque ya te he dicho que vengo saliendo de una ilusión que se ha ido al garete y cuando pienso en él aún se me acelera el corazón.
- ¿Fue algo importante?
- Por lo menos para mí lo fue; parece que para él no lo fue tanto.
- Debe ser así porque me doy cuenta que todavía te duele.
-  Aún tengo mucho dolor.
- ¿Estás en lo que llaman “duelo”?
- Yo diría que aún estoy en medio de la estampida.
- ¿Huyendo?
- Algo parecido. Lo peor es que del desamor no se puede huir porque siempre va contigo. Si corres, correrá. Aunque te vayas al fin del mundo el dolor te acompañará.

     Terminamos de tapear cuando ya eran las nueve de la noche. Aunque todavía quedaba algo de sol las calles, los escaparates y terrazas se iluminaron.
- ¿Quieres que te vaya a dejar a tu hotel o prefieres venir a mi
departamento para que platiquemos y termines de contarme tu historia? Es bueno contarlo ¿Sabes?  
- Jajajá…a tu guarida de lobo, querrás decir.
- De guarida nada, Caperucita. Si vienes a casa preparé una ensalada de sandía y melón. Aunque algunos dicen que no ligan bien, en esta época del año estas frutas están en su mejor momento en España.
- ¡Mmmm! Melón y sandía. Me encantan. Es tentadora tu oferta, Lobo Feroz.
    
     Finalmente Michelle aceptó. Nos fuimos caminando en medio de la algarabía de los transeúntes que iban y venían. Cuando llegamos a mi departamento nos instalamos junto a la mesa de la terraza, iluminada sólo por dos candelabros de plata que había comprado en Praga tres años atrás. En el cielo, hacia el poniente, se fue quedando un hermoso tono celeste con pequeñas nubes rosadas.  
- Valentino, me siento mucho mejor; tienes una casa muy hermosa. Y lo mejor es que tienes una vista privilegiada para ver el anochecer, las estrellas, la luna.
     Cuando terminó de hablar, Michelle me dijo “Quiero bailar contigo”.
- ¿Algo en especial? – pregunté.
- Me gustan los boleros ¿Podría ser “Amar y vivir”?
- Podría – le contesté.




miércoles, 17 de agosto de 2011

Encuentro de Valentino con sus primos lejanos

Capítulo 22
Reproducción de Miguelón en el Museo de la Evolución Humana de Burgos     

     Efectivamente, casi junto a nosotros, había una oquedad tapada por matojos y por algunas piedras desde donde salían sonidos aparentemente humanos que me provocaron tal sorpresa que el corazón casi se me salió del pecho. No era para menos, iba a conocer parientes remotos.

- Muchosnombres ¿Tienen fuego dentro de la caverna?
- Valentino, aún no han aprendido a hacerlo por ellos mismos. Pero a veces, cuando cae un rayo y provoca un incendio consiguen mantenerlo encendido durante algunos días. Sin embargo sabes bien que con el tiempo aprenderán a hacerlo por sí mismos. Ésa es la grandeza de tu especie Valentino: el haber podido solucionar problemas para satisfacer necesidades que ningún otro ser vivo de este planeta ha podido resolver. 
- Muchosnombres ¿Podría quedarme? – exclamé yo casi sin pensar en lo que decía.
- ¿Prefieres quedarte afuera? ¿No quieres entrar?
- No, quiero decir si me puedo quedar viviendo con esta gente.
- ¿Estás loco? Imposible Valentino, tú perteneces a otro nudo espacio- temporal.
- Yo les podría a ayudar a hacer cuchillos, lanzas, escudos…en fin les explicaría cómo hacer los ingenios maravillosos de  nuestro tiempo para que pudieran alimentarse mejor y su masa cerebral aumentara.
- No me hagas reír Valentino. En esta época y en este ambiente tú no permanecerías vivo ni siquiera una semana. Aunque vienes del futuro donde hay, según tú, inventos maravillosos creados por vosotros,  aquí y en estas condiciones, en todo lo que te queda de vida no serías capaz ni de hacer una tetera de aluminio. Primero necesitarías sobrevivir, luego hacer fuego, después encontrar metales adecuados, más tarde hacer una fragua, a continuación crear herramientas…¡mejor no continúo mencionándote problemas que tú conoces bien!
- ¿Y si les dejamos una rueda, un arco y flechas o un computador?
- ¿Sabes lo que estás diciendo?
- Lo digo porque la rueda es algo tan común en mi época. Luego con el arco y las flechas podrían cazar con mayor facilidad. Y con el computador podrían acelerar su progreso.
- ¡Jajajá… un computador!  Pero, desgraciado, si acabáis de salir del ábaco. El computador es de hace un nanosegundo. Recién en la década de los cuarenta del siglo pasado, en Gran Bretaña, creasteis el Colossus, un artilugio que puede considerarse el primer ordenador digital.
- Este…pero…
- Vale… ¡Adelante sabelotodo!... yo puedo esperar aquí contigo todo el tiempo que quieras, porque no olvides que también yo soy todo absolutamente todo esto y estoy aquí desde siempre. Anda, prueba a inventar y crear un computador. Ya puedes empezar, majete.
- Es que necesito herramientas.
- Ya empezamos a pedir. Vale…ahí las tienes… ¡empieza! - dijo Muchosnombres un tanto enfadadilla. Y de la nada hizo aparecer una caja llena de herramientas, la mayoría de ellas desconocidas para mí, razón por la que ni las toqué.
     Disimulé mi ignorancia y repliqué:
- Ahora necesito encontrar minerales especiales y otros elementos.
- Es tú problema… ¡Dime tú dónde los encontrarás! Recuerda que deberás fabricar carcasas, circuitos integrados, microprocesadores,  discos duros, cables especiales, pantallas de cristal líquido, programas informáticos, baterías y un sinfín de componentes más. También crear electricidad. Y claro, no vas a hacer sólo un ordenador. Tendrás que fabricar muchos para crear una red. Porque uno solo, aparte de servirte de almohada ¿De qué más te iba a servir?
- ¡Mmmmmmm!
- ¿Conoces lenguajes de programación?
- No.
- Angelito, si ni siquiera conoces lenguajes de programación ¿para qué quieres crear un computador?
- ¿…?
- Pero ¿sabes qué? Te voy a facilitar las cosas… aquí tienes un computador de última generación – me dijo Muchosnombres entregándome un ordenador flamante. E, inmediatamente, me preguntó - ¿Qué harías con él en el tiempo en que estamos? ¿Para ver la saga de las películas “El Padrino”? ¡Si todavía tampoco se ha inventado el cine! ¿A quién mandarías e-mails? Si ni siquiera existe Google, ni periódicos digitales… ¡nada!... ¡Nada de nada…de nada!
- ¿Les dejamos entonces una rueda?
- ¡Anda…anda…Spielberg! ¡Mejor tira de una vez p’adentro de la  caverna!
- Vale…tienes razón, ha sido un golpe de exaltación emocional.
     Y una vez que recuperé la calma, Muchosnombres, con una paciencia infinita, me indicó el boquerón que nos permitiría entrar a la galería.  
- Entremos de una vez. Esta es la entrada a la llamada Sima de los Huesos de la que nos habló la guía – me señaló Muchosnombres.
     Entramos con sigilo y avanzamos lentamente. A pesar de que pasaron algunos minutos mis ojos no consiguieron acostumbrarse a la oscuridad, por lo que Muchosnombres me tomó la mano y me comenzó a guiar. Repentinamente sentí un ruido como un castañetear de dientes.
- Oigo, pero no puedo ver nada – dije con un poco de temor.
- Ahora podrás ver – me dijo Muchosnombres  y de inmediato pude ver en la oscuridad.

- Muchosnombres, parece que allí hay un grupo de hombres. Por favor, déjame 
también poder oler y sentir la temperatura de las cosas y del ambiente para vivir la experiencia completa de este encuentro en tercera fase.
- Aunque no sea agradable para ti, es una buena idea que lo experimentes.
       Y de inmediato sentí un frío intenso como sólo lo había experimentado en una ocasión, cuando era muy niño, en una madrugada en una estación de trenes comarcales. Me enfrié a tal extremo que empecé a tiritar; y un olor nauseabundo que se coló por mi nariz, me llenó el cerebro de un estímulo fortísimo que casi me hace vomitar. Entonces, en un ángulo del túnel, agazapados para pasar desapercibidos y apretujados para darse calor, pude ver a un grupo de varios adultos y niños temblando, quizás por hambre, quizás por frío, quizás por miedo, con una tortuga a medio despedazar y un par de pájaros negros destripados en el suelo.

- Son un grupo de Homo Heidelbergensis – me instruyó Muchosnombres.
     A pesar de que no podían vernos, al parecer sí presentían nuestra presencia, porque el que parecía de más edad comenzó a girar su cabeza de izquierda a derecha, mientras resoplaba y emitía un sonido bronco: “¡Uaf…uaf!”, abriendo a la vez desmesuradamente las aletas de su nariz. Mientras el resto del grupo repetía algo así como “¡Tititití…tititití” yo me quedé como hipnotizado, mirándolos emocionado porque tenía delante de mí antepasados que nunca me hubiera imaginado conocer. Un poco más alejado del grupo había un adulto más alto y robusto que el resto, todavía joven, con un bulto en el lado izquierdo de su rostro, chillando aparentemente de dolor, y azotando su cabeza contra la pared de la sima.  
- Debe ser Miguelón – exclamé yo.
- Es Miguelón - me confirmó Muchosnombres.  
- ¿Puedes aliviarle el dolor?
- Ya sabes que no suelo intervenir en el fluir de la vida.
- ¡Vamos mujer!
- Como desde que te lo advertí no has pedido nada para ti ni has sacado partido de nuestra amistad… ¡sea!... pero sólo el dolor. La infección y la hinchazón continuarán. Para tu tranquilidad Miguelón y los suyos tienen un grado de resiliencia muy superior al tuyo.
- Gracias – y no había terminado de decir gracias cuando vi a Miguelón quieto, perplejo, tocándose el moflete, quizás comprobando si lo que le sucedía era real. Luego empezó a dar saltos de alegría y los chillidos de dolor se transformaron en unos sonidos destemplados que no había escuchado jamás, pero que deduje eran de alegría.
- En honor a ti les voy a hacer un regalo que recordarán todas sus cortas vidas: un estímulo sensorial múltiple que no han experimentado antes ni lo volverán a vivir nunca más – me confidenció Muchosnombres.
     Y al instante la caverna oscura, fría y maloliente empezó a entibiarse y de la nada comenzaron a aparecer unas bolas de luz que explotaban contra los muros y de cada una de las explosiones nacían decenas de otras bolas de luz que hacían que la claridad fuera en aumento. A la vez un aroma a lavandas y a incienso invadió el ambiente y resonaron las notas y los cantos que conforman “Cármina Burana”.


     A mí también me pilló desprevenido el golpe de efecto. Fue tal mi impresión que me sentí como borracho en medio de un torbellino de música, aromas y luces doradas que me envolvían, me hacían girar como un trompo y me transportaban por la caverna como si hubiera estado montado en una montaña rusa.
- ¡Já!… sólo falta el señor Destino, porque “Cármina Burana” exalta al destino y a la suerte– musité muy bajito – Y dicho y hecho, al instante vi al señor Destino girando junto a mí y riéndose como un niño pequeño dentro de un almacén de juguetes.

     Estaba mirándolo a él cuando de la nada aparecieron centenares de mariposas de colores cyan, magenta y amarillas. Fue entonces cuando volví a mirar al grupo de mis primos lejanos que ahora, dando unas muestras de una felicidad intensa, daban saltos y alaridos de alegría.
- Ya es suficiente. Debemos dejarlos; despídete de tus parientes – me ordenó Muchosnombres.
     Y los tres: Muchosnombres, el señor Destino y yo comenzamos a abandonar la caverna que continuaba llena de una luz radiante, un aroma delicioso y una música que me henchía el corazón de felicidad. Miré hacia atrás por última vez y los vi tan contentos, que a mí de júbilo se me llenaron de lágrimas los ojos.

     Cuando salimos al exterior sentí más frío aún y un latigazo de viento gélido me azotó el rostro y secó mis lágrimas.

     Mientras la tormenta implacable caía sobre la tierra y el jolgorio continuaba en la caverna volvimos a aparecer en el mismo nanosegundo en que nos habíamos marchado a ese viaje dentro del viaje. Allí, en la Trinchera del ferrocarril seguían todos: los amigos del Club Internacional de la Prensa, un poco más allá las azafatas de Lan, y también la guía que continuaba hablando de Miguelón. Entonces me giré hacia Muchosombres y, bajito, le dije “gracias”.





sábado, 6 de agosto de 2011

En medio de la desolación oyeron sonidos guturales de seres humanos

Capítulo 21
Nuestra guía en las excavaciones de Atapuerca

     Aunque sentía terror por los animales que se nos acercaban, a la vez estaba feliz de vivir una experiencia que, probablemente, ningún otro ser humano había vivido. Porque esto de viajar en el tiempo no es como viajar desde Nueva York a Lima, o como ir en el Metro de París desde la estación Odeón hasta Porte d’Orléans, ni hay una línea aérea que nos pueda llevar ni siquiera cinco minutos hacia atrás o cinco minutos hacia adelante. Intento imaginarme la cara que pondría un empleado del Tren de Alta Velocidad si yo, en la Estación de Atocha de Madrid, le dijera:
- Deme un pasaje, por favor.
- Sí… ¿Para dónde lo quiere?
- Para retroceder 3.360 años años en el tiempo porque ¿sabe usted? tengo una cita con la reina Nefertiti.

     En cambio, sin comprar pasajes ni nada parecido, sólo gracias a que Muchosnombres me había invitado, en un pispás yo había retrocedido la friolera de 400.000 años. Esto hacía que estuviera cada vez más convencido que ser amigo de Muchosnombres era un chollo. Así y todo, aunque estaba contento, tenía muy presente que ella, él o lo que sea Muchosnombres, me había advertido que si pedía algo para mí me diría “ni hablar del peluquín”. Pero también sabía que cada vez que Muchosnombres me invitaba me lo pasaba bien. Incluso, gracias a Muchosnombres, creo que el señor Destino se estaba portando generoso conmigo. Después de todo es algo así como su jefa.

     Todo lo anterior lo pensé con la celeridad que un rayo rompe la noche, porque la verdad es que lo que más me preocupaba en ese momento es que estábamos en esa desapacible colina, cuatrocientos mil años separados del tiempo real que me había tocado vivir mi vida para lo bueno y para lo malo, y que venían unas manadas de lobos y osos gigantescos  precisamente hacia donde estábamos nosotros, mientras en el cielo revoloteaban bandadas de pájaros negros muy grandes que hacían que todo pareciera más tétrico y que no hacían presagiar nada bueno.

     Así y todo volví a pensar: “Aunque Muchosnombres me ha explicado que lo que estoy viviendo es como un bucle en el tiempo, que se inició mientras visitábamos la Trinchera del Ferrocarril, en el mismo momento en que nuestra guía, que sostenía en sus manos dos reproducciones de calaveras, una de un hombre actual y otro de uno prehistórico, nos hablaba de “Miguelón”, a la vez que yo intentaba llamar la atención de alguna de las guapas chicas de LAN, todavía no me creo que hayamos retrocedido 400.000 años o quince minutos como intenta explicarme ella. Por la sencilla razón que 400.000 años no pueden ser igual a quince minutos ¿Quién coño entiende esto?” 

     Apenas terminé de pensar lo anterior, como Muchosnombres está en todas partes tanto para adelante como para atrás, y más encima lee el pensamiento a todo bicho viviente, y tiene un montón de poderes más, de inmediato saltó diciéndome:
- Todavía no lo entiendes querido Valentino ¿Verdad?
- La verdad es que del todo no - Contesté yo con cara de circunstancias y disculpándome con un gesto teatral que hice con mis manos, como suelen hacerlo los italianos.
- Valentino, en el fondo da igual que lo entiendas o no. Pero como soléis decir “el saber no ocupa lugar”, para que te resulte más fácil y termines entendiéndolo del todo, piensa por un momento en que si los trece mil setecientos millones de años de edad que tiene el único universo conocido por vosotros los condensamos en un año, y como un año tiene 365 días, cada día equivaldrá a 37.534.246 años; cada hora a 1.563.927 años; cada minuto a 26.065 años y cada segundo a 436 años.
- ¿Significa que si retrocedo un minuto en el tiempo, digamos normal, es como si hubiera viajado 26.065 años en ese año concentrado del que hablas tú?
- Sí. Veo que por fin empiezas a entender.
- Lo empiezo a entender. Por favor continúa, pero ahora más lentito, como me gusta a mí bailar los boleros.
- Bien, seguiré lentito como bailas tú los boleros románticos. Ahora bien, si convenimos que 2011, que es el año en que vives, es la última mil milésima parte del último segundo del último minuto de la última hora del último día de este súper año cósmico que concentra los trece mil setecientos millones de años que tiene el universo, entonces bastaría con retroceder apenas quince minutos de este año cósmico supuesto para vivir lo que estamos viviendo ahora mismito, aquí, en esta colina gris y verde.
- ¿Cuánto dices que hemos retrocedido exactamente nosotros en ese año cósmico del que hablas?
- ¡Vaya paciencia tengo que tener contigo!... hemos retrocedido unos 15 minutos de los 525.600 minutos que tiene el año cósmico. Como convinimos que cada minuto equivale a 26.065 años, 400.000 años son unos quince minutos y 20 segundos. O sea… ¡una mierdecilla!
- Ahora sí que lo entiendo Muchosnombres.
- ¿De verdad?
- ¡De verdad!
- ¡Ya iba siendo hora Valentino…ya iba siendo hora!
- Entonces, y sólo por curiosidad, amiga mía ¿En cuál de esos 525.600 minutos que tiene ese súper año comprimido inventamos la escritura?
- ¿Horas?...Amigo, sigues más perdido que una patata en una cazuela de un pobre, la escritura la inventasteis cuando faltaban sólo 12 segundos para que os comierais las uvas o las lentejas y os abrazarais deseándoos un feliz año nuevo.
- ¿Y la rueda?
- Menos aún… Casi cuando este año que te he puesto de ejemplo ya estaba terminando. A nueve segundos de estas doce campanadas imaginarias inventasteis esa maravilla que se llama rueda.
- ¿Sólo hace 9 segundos inventamos la rueda? ¡No somos nada! – resoplé yo.
- Tanto como nada…tanto como nada…más bien yo diría que no sois gran cosa, pero no es justo decir nada nada.
- Lo digo porque a pesar de que hemos evolucionado e inventado tantos artilugios maravillosos seguimos sin ser inmortales.
- ¡Ya empezamos!… ya empezamos de nuevo con el dichoso tema de la  inmortalidad.
- Pero es que me cuesta aceptarlo ¿Por qué tenemos que morir?
- Ya te lo he dicho en varias ocasiones, la muerte no es precisamente como la ves tú. Todo en mí, o sea en todo lo que existe incluido el universo que ves y los infinitos universos que no ves, el cambio es constante y eterno. Se está naciendo y se está muriendo. Se está pasando de un estado a otro para que, como dicen los artistas, continúe la función.
- Vaaaaaale, lo acepto. Pero dime ¿Qué sentiré cuando esté muerto?
- No sentirás nada, porque ya no serás lo que ahora eres. Te desconectarás de tu realidad actual. Te quedarás sin batería, sin software y todo ello, más tu hardware, se transformarán en otra cosa, probablemente en polvo, en gas, en fin… ¡chatarra cósmica!

      Enzarzados en esas disquisiciones volví a la realidad de ese momento en que ya sentía las dentelladas de esos animales hambrientos que, para no transformarse en “chatarra cósmica”  buscaban desesperadamente algo que echarse a la boca. Aunque seguíamos sin ver rastros de seres humanos los lobos y los osos ya estaban junto a nosotros con sus fauces llenas de babas y mostrando a todo el que lo quisiera ver unos colmillos inmensos como cuchillos. Sin embargo al final respiré aliviado y me calmé porque, aunque nos rozaron, pasaron de largo como si no hubiéramos estado allí.

- ¿Ves como los animales no te han hecho nada? En cuanto a tus congéneres, como hace tanto frío, probablemente estarán refugiados en algunas cavernas cercanas – me dijo al instante Muchosnombres.

     Después de comprobar que no había acabado en las fauces de las fieras, con el alma nuevamente en el cuerpo, seguimos caminando sobre una colina cubierta de arbustos que, por efectos del viento, parecían un mar embravecido con tsunami incluido.

- Aunque menos, sigo con miedo – le expresé a Muchosnombres.
- ¡Hombre, Valentino! A menos que yo lo permita nadie te puede ver ni oler, ni nada que se le parezca. Incluso el frío que sientes es sicológico porque mi invitación es como “un todo incluido” que contempla el mantenerte tan confortable como si estuvieras en el jacuzzi con Venus – y cuando dijo “Venus” se puso a reír en forma pícara. Luego, señalando un lugar que estaría a unos tres metros de nosotros pero que yo no había visto, agregó:
- Mira, allí hay una cueva, vamos a inspeccionarla.
- Yo no veo nada parecido a una cueva – le comenté.
- Sí la hay. Allí está el agujero que debe ser la entrada. ¿No sientes los sonidos guturales humanos que vienen desde dentro?
- ¡Es verdad… es verdad! ¡Son sonidos de gargantas humanas!




jueves, 28 de julio de 2011

Un viaje a cuatrocientos mil años atrás

Capítulo 20
Excavaciones de Atapuerca: La Trinchera del Ferrocarril.

     El autobús que nos llevaba se detuvo a pocos metros de la entrada de las excavaciones de Atapuerca, junto a la zona de trabajo de los arqueólogos, paleontólogos y geólogos. Inmediatamente después que nuestra guía nos dio las instrucciones y advertencias pertinentes comenzamos a bajar. Allí coincidimos con otro grupo formado sólo por hermosas mujeres que portaban en sus blusas unas insignias de una línea aérea. Algunas las llevaban de LAN Perú, otras de LAN Ecuador y otro grupo lucía las de LAN Chile. A mí casi se me descoyuntó el pescuezo de tanto mirar y sonreírles. Como varias contestaron mi sonrisa, pensé en acercarme a saludarlas, pero de inmediato nuestra guía nos llamó al orden y nuestro grupo se adentró hacia la llamada “Trinchera del Ferrocarril”, que es una zanja inmensa, en algunos tramos hasta de 20 metros de profundidad, hecha por la mano del hombre hace más de un siglo. Fue a fines del siglo XIX cuando, debido a que las siderurgias vascas requirieron mucho carbón y hierro, la compañía The Sierra Company Limited comenzó a construir en ese preciso lugar, una vía férrea de vía estrecha para transportar los minerales, que fue inaugurada en 1901.

     Aunque desde el punto de vista arqueológico el lugar era conocido desde hace varios cientos de años, a medida que los obreros profundizaron en la tierra fueron quedando al descubierto diferentes estratos y también varias cuevas rellenas de material, donde se  encontraron herramientas prehistóricas de piedra, huesos de animales y también de homínidos.

     Actualmente en la Sierra de Atapuerca hay catalogadas más de 40 cuevas o simas. Las primeras quedaron expuestas a la luz con la construcción del ferrocarril, pero posteriormente se han ido descubriendo otras. Los principales lugares en que han trabajado estos últimos años los paleontólogos son La Gran Dolina, la Galería-Covacha de los Zarpazos, El Yacimiento Penal, la Sima de los Elefantes, la Sima de los Huesos y la Cueva del Mirador.

     A medida que avanzábamos por el acantilado la guía nos explicaba en forma detallada lo que era y representaba ese lugar que, a mí, me pareció un museo al aire libre donde había ocurrido gran parte de la evolución de mi especie. Especialmente me impactó la historia de “Miguelón”, un homo heildelbergensis que vivió allí hace unos 400.000 años. Según los científicos tenía una capacidad craneal de apenas 1.100 centímetros cúbicos, lo que demostró que no era precisamente el más listo del clan. Sin embargo es, por ahora, a nivel  mundial uno de los más famosos, porque cuando en 1992 se descubrieron las piezas de su cráneo, científicamente llamado “Cráneo 5”, los  paleoantropólogos comprobaron que en su maxilar superior izquierdo había una alteración ósea severa. Concluyeron que uno de sus dientes, por alguna razón, se le había roto causándole una gran infección que le originó un flemón y mucho dolor. Poco después los científicos encontraron una pieza dental que encajaba perfectamente en la mandíbula del cráneo de Miguelón y completaron el rompecabezas. Ahora todos los que visitan el Museo de la Evolución del Hombre de Burgos, pueden ver el cráneo, la mandíbula y el diente de este antepasado nuestro que debe haber pasado días, y quizás hasta semanas, sufriendo un dolor terrible debido a un desgraciado accidente.

     Mientras la guía nos hablaba de “Miguelón” y yo miraba al grupo de las chicas LAN que estaba a unos cincuenta metros de nosotros, Muchosnombres me preguntó:
- Valentino ¿Quieres ver cómo era esto hace cuatrocientos mil años atrás?
- Naturalmente que me gustaría verlo. Pero eso es imposible. Además podría ser peligroso.
- Confía en mí y acompáñame - me espetó Muchosnombres. Tomó mi mano e, instantáneamente, sin ver luces extrañas ni sentir zumbidos como los de las películas de ciencia ficción, me vi a la intemperie de una colina medio nevada, bajo un cielo gris amenazador y un fuerte viento que, aunque yo no lo sentía, imaginé que debe haber calado los huesos de todo bicho viviente que anduviera por allí.
- Muchosnombres ¿Dónde se metió la gente que nos acompañaba?
- Están a cuatrocientos mil años de nosotros, en lo que tú llamas futuro, Valentino.
- Pero esto es distinto al lugar que visitábamos.
- Naturalmente, recuerda que la trinchera del ferrocarril la terminaron de hacer sólo a fines del siglo XIX, antes, esto era esta colina. O algo parecido a esto. Ya sabes que la tierra es también algo vivo que va cambiando con el tiempo. Aunque en el caso del desfiladero del ferrocarril no lo hizo la naturaleza; lo hizo tu especie.
- No entiendo ¿Y todo el tiempo que hay en medio de este instante y el tiempo en que estábamos hace un minuto dónde está?
- Está ahí mismo amigo, lo que pasa es que tú no puedes percibirlo.
- Vale que no lo pueda percibir, como dices tú, pero cómo hemos podido trasladarnos hacia atrás como si fuera tan fácil como cepillarse los dientes. No lo puedo entender, Muchosnombres.
- Una vez más con el “no lo puedo entender Muchosnombres”. Ya te he dicho que es normal que no lo entiendas. Nunca vas a poder entenderlo. Te vas a morir sin poder entenderlo.

     Mientras Muchosnombres y yo conversábamos se desencadenó un viento embravecido, el cielo se encapotó más aún y comenzaron a caer copos de nieve. Observé a mi alrededor y, a pesar que estaba con Muchosnombres, me sentí como si hubiera sido el único hombre que en ese momento existía en el universo. La soledad me aplastó tan bruscamente y con tanta fuerza que sentí que mi corazón se encogía y me dieron ganas de llorar.

- ¿Sabes lo que pienso? Ahora me doy cuenta que sin otros seres humanos no vale la pena vivir – le dije a Muchosnombres.
- Pero aunque ahora no los veas hay muchos hombres y mujeres de la familia humana sobre tu planeta.

     Entonces pensé en mis familiares, en los amores de mi vida, en mis amigos, en mis conocidos. Me di cuenta que en ese momento ninguno de ellos había nacido aún. Tampoco mis antepasados próximos. Experimenté una sensación que no había sentido nunca. Emocionalmente me sentía como flotando en medio de la nada, sin ningún cabo que me sujetara a la vida. “Esto se debe sentir cuando uno muere”, pensé.     
- ¿Qué te sucede? – me preguntó Muchosnombres.
- Tengo mucha pena, nunca había estado tan lejos de todo lo querido. Cuatrocientos mil años de distancia son muchos años.
- ¡Qué va! A niveles cósmicos no es nada. 
- Para ti no es nada, pero para mí sólo intentar entenderlo es como repetir un millón de veces el trabalenguas: “El cielo está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? el buen desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será” sin equivocarme.
- ¡Que trágico te pones a veces!  Cuando algo te parezca complicado simplifícalo, segméntalo en varios ladrillos… ¡ejem! ...digo en varias partes.
- Pero el tiempo no está formado precisamente por ladrillos.
- Claro que no. Lo que te quiero decir es que si comprimes en un año los trece mil setecientos millones de años, que es cuando comenzó el el último big-bang hasta ahora, podrás darte cuenta con más facilidad que estos cuatrocientos mil años que hemos retrocedido son algo así como quince minutos.
- ¿Cómo dice que dijo? – le expresé a Muchosnombres, imitando a un amigo mexicano que suele repetir esta frase cuando no entiende algo. Cuando Muchosnombres oyó mi “¿Cómo dice que dijo?” con acento mexicano y vio mi cara se puso a reír hasta que le dio hipo sin darle importancia a las fieras de la colina que, en busca de algo sólido que engullir, ya se encontraban a pocos metros de nosotros, gruñendo en forma enloquecida de hambre.








viernes, 8 de julio de 2011

De Madrid a la villa de Atapuerca

Capítulo Nº 19
Villa de Atapuerca (Provincia de Burgos)

     El punto de encuentro para ir a Burgos era la Plaza de España.
Y la hora: las nueve de la mañana. Como iba adelantado pasé antes a una cafetería de la Gran Vía a tomarme un café con leche y churros recién hechos. Luego caminé hasta el lugar donde estaba aparcado el autobús que nos llevaría a Atapuerca y Burgos, junto a los jardines de la Plaza de España. 

     Di mi nombre a los organizadores de la Asociación de Corresponsales Extranjeros que eran los anfitriones, me buscaron en la lista y me dieron la bienvenida. Subí al autobús, saludé y charlé un rato con algunos de los invitados que habían llegado antes que yo. Como el autobús todavía tenía muchas plazas sin ocupar, elegí un asiento del lado derecho del vehículo. De esta forma, cuando pasáramos junto a la villa de Lerma, emplazada a pocos kilómetros de Burgos, la podría ver desde el autobús. Después me puse los auriculares para oír un CD de música americana de los años sesenta, cerré los ojos y le di a comenzar. Casualmente la primera canción que sonó era “Sólo el amor puede romper el corazón” de Gene Pitney, una bella pieza musical que me trasladó a un viaje en autobús que hice en una noche de lluvia muchos años atrás, cuando era un adolescente que creía que me iba a comer el mundo. En esa ocasión la canción la oí a través de la megafonía del vehículo. Desde entonces cuando escucho esta canción rememoro aquel viaje que me llevó a un pueblo donde viví unas vacaciones en que pasé días maravillosos junto a familiares, y a chicos y chicas de mi edad.

      El autobús partió a las nueve y cuarto. Justo en ese momento, como por arte de magia, apareció junto a mí Muchosnombres. Guapa como siempre, vestía un pantalón bermudas y una sahariana; ambas prendas de color beige. A modo de diadema traía unas gafas de sol gigantescas y en el cuello un pañuelo con un diseño de piel de leopardo. No sé cómo se las arregló, pero su nombre también estaba en la lista de invitados. Como conozco sus circunstancias ni siquiera me molesté en preguntarle cómo lo había hecho. Cuando me puse de pie para besar sus mejillas noté que había una docena de ojos mirándola. No puedo decir que la miraran sólo con deseo, porque Muchosnombres es una mujer que es mucho más que un cuerpo espectacular y una cara bonita. Tiene también unos ojos que tranquilizan e hipnotizan a la vez. Hay algo en ella, que es como un aura que la envuelve y que la hace especial. Sin embargo su aspecto superficial es una mezcla de ángel y demonio.

     En mitad del trayecto nos detuvimos en una cafetería de la autopista, para que los que no lo habían hecho pudieran desayunar. Muchosnombres y yo nos dedicamos a observar a la gente que abarrotaba el local. Había turistas de varias nacionalidades, pero la mayoría eran jubilados españoles que, aprovechando los planes del Instituto de Mayores y Servicios Sociales de España (Imserso), durante gran parte del año viajan y hacen turismo por España y por el extranjero. Casi todos estaban acompañados por sus parejas y se les notaba que aún tenían rescoldos de amor en sus corazones. Los miraba y pensaba en todos los años que, todos ellos juntos, podrían sumar. Quizás cuántas madrugadas, regañinas injustas, chaqueteos, abusos, envidias y lágrimas habrían tenido que soportar en sus vidas laborales. Por suerte ahora podían disfrutar de algunos años de libertad y bienestar, viajar y conocer las maravillas de su país.

- Tú no lo puedes ver, pero detrás de cada uno de ellos hay historias que podrían ser argumentos de películas dignas del mejor cine que produjo el Neorrealismo Italiano– me dijo Muchosnombres.
- Es que la vida es una obra maestra – contesté yo.
- ¡Mmm!…compruebo que estás aprendiendo, querido Valentino – me dijo Muchosnombres al oído y me mordió en forma tan suave mi oreja derecha que casi me desmayé de la emoción, e hizo que se me erizarán los vellos de mis brazos y que me temblaran las aletas de mi nariz.

     Después de media hora continuamos el viaje. Eran casi las once y media de la mañana cuando asomó la Villa Ducal de Lerma. Le conté a Muchosnombres que sólo en una ocasión había estado visitándola. Aunque estuve sólo horas me había quedado enamorado de su arquitectura, de su historia y de su gastronomía. Recordé que en esa oportunidad acompañaba a una ex compañera de universidad llamada Gela, que estaba haciendo un post grado en arte medieval. Juntos, durante una semana, en que mezclamos amor y cultura, recorrimos los monasterios más importantes de la zona: San Pedro de Cardeña, Santo Domingo de  Silos, San Pedro de Arlanza, Santa María de la Vid, Santa María la Real de las Huelgas; y aprovechando nuestra vuelta a Madrid, visitamos Lerma para reponer fuerzas.

     Entonces era invierno y tanto la ciudad como sus alrededores estaban nevados. Después de visitar su gran plaza y recorrer sus estrechas y bellas callejuelas, ateridos de frío, entramos a un pequeño restaurante donde había una chimenea con un fuego generoso y en cuyo ambiente flotaba una mezcla de olores formada por aceite de oliva, ajo, romero, comino, guindillas, albahaca, clavo, canela y muchas otras especias intensas. Tuvimos la suerte de degustar allí una sopa castellana servida en cuencos de barro que nos devolvió el alma al cuerpo, y un cordero lechal lermeño de oveja “churra”, que nos supo a gloria bendita. Todo regado con un vino tinto Lerma crianza que, según el camarero estaba hecho a medida para las comidas locales. De postre nos azotamos con trufas y “mostachones” preparados por las Monjas Clarisas de la villa. Y para terminar nos servimos unas roscas de dulce bendecidas en el Monasterio de san Blas, regadas con un aguardiente con guindas.

     Mi acompañante de esa visita, me explicó que la historia de Lerma está indisolublemente relacionada con Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma y valido del rey Felipe III. Valido era el puesto de mayor confianza de un monarca en cuestiones temporales. Era mucho más que un consejero, ya que cuando éste no quería ocuparse de los asuntos del Estado, el valido gobernaba en nombre del monarca. Por esta circunstancia, este hombre, que a caballo entre los siglos XVI y XVII ocupó este cargo durante 23 años, llegó a tener un poder inmenso, tanto como el propio el rey. Este poder le permitió enriquecerse todavía más vendiendo cargos públicos, especulando con propiedades, y traficando con influencias. Gran parte de su fortuna la invirtió en embellecer y hacer más grande la ciudad de Lerma. En 1601 Francisco de Sandoval y Rojas ordenó el inicio la construcción del palacio ducal de Lerma, un magnífico edificio que, tras ser íntegramente restaurado, hoy se conserva como en sus mejores tiempos. Actualmente es uno de los más bellos recintos de la Red de Paradores Nacionales de Turismo de España.

     Lerma, sus sabores y aromas quedaron atrás y cerca del mediodía llegamos al Municipio de Atapuerca, villa de poco más de  200 habitantes, hermanada con la ciudad chilena de Puerto Montt. Tiene sólo unas pocas calles y una media docena de tabernas y restaurantes. Desde hace cientos de años Atapuerca es cruce de caminos de viajantes. Doy fe que sigue siendo así porque desde el autobús vi a varios peregrinos que, caminando, premunidos de un morral y un cayado, hacían una de las rutas del “Camino de Santiago” que llevan a la Catedral de Santiago de Compostela donde, según la tradición, descansan los restos del Apóstol Santiago. La leyenda cuenta que en el año 814, un ermitaño llamado Pelayo, tras ver unas extrañas señales luminosas en el cielo, descubrió la tumba de Santiago. Un obispo llamado Teodomiro consideró el descubrimiento un milagro e informó al rey Alfonso II de Asturias y Galicia, quien hizo construir allí una capilla. A partir de entonces, hombres y mujeres de todo el mundo, creyentes o no, hacen el llamado “Camino de Santiago”, considerado por algunos como un viaje iniciático.

     A menos de un kilómetro de Atapuerca está emplazado el moderno edifico que alberga al “Centro de Recepción de Visitantes”, donde nos esperaba el Alcalde para darnos la bienvenida. Luego de un intercambio de saludos volvimos a nuestro autobús y acompañados de una guía seguimos viaje hasta las excavaciones de la Sierra de Atapuerca, que es una colina donde se han descubierto numerosos restos de animales y de seres humanos, en las llamadas “simas”, que son grandes cavidades o grietas en las que, accidentalmente, a lo largo de cientos de miles de años cayeron animales que quedaron allí atrapados. Estas cavernas naturales fueron utilizadas por hombres de diferentes épocas como cobijo y refugio donde intentaban sobrevivir en medio de la soledad. Durante cientos de miles de años los restos de los animales que estos hombres abatieron o que encontraron muertos, y los suyos propios, fueron quedando allí cubiertos por capas de sedimentos arcillosos que terminaron por cerrar en forma hermética las cuevas. Gracias a que los pasadizos subterráneos quedaron aislados de las inclemencias del exterior estos restos se han preservado en buenas condiciones hasta hoy.

     Cuando íbamos llegando a la zona de excavaciones le recordé a Muchosnombres que me había prometido “un viaje dentro del viaje”.
- No lo he olvidado; ¡alucinarás! – me contestó sonriente.